CORPUS – LORENA CAMPOS MOIRÓN
¿Qué es lo
que vuelve a una obra literaria inmortal? ¿Cuál es el secreto que le permite
imponerse al implacable paso del tiempo? Reviso el catálogo de incontables obras
y parece que me encuentro con sus lápidas. Novelas que se leían con devoción en
los tediosos días de madame du Deffand, hoy han sido completamente olvidadas. Solo
nosotros, los bibliófilos recalcitrantes, acariciamos de cuando en cuando sus
sudarios.
Por el
contrario, existen obras extraordinarias que logran sobrevivir al fuego de sus
tiempos. No me refiero ahora a los libros clásicos que todos conocen, casi
siempre de oídas, sino a aquellos objetos de culto que mantienen un lazo eterno
con sus devotos. Obras que se niegan a morir, y palpitan bajo sus cubiertas
descoloridas, esperando que alguien roce sus lomos para volver a la vida.
Tal es el
caso del libro que recibiste hace unos días y por el que preguntas. Como te
aseguré por teléfono, no fui yo quien te lo envió. Ignoro quién es el remitente
de ese paquete, y casi prefiero no pensar en eso. Alguien que te desea el mal,
Celia, no te quepa la menor duda.
Jamás podrás
imaginar la impresión que sentí cuando mencionaste su título; una sensación
indescriptible me recorrió todo el cuerpo. Por un instante pensé que tal vez
podría tratarse de otra obra homónima, o tal vez de una imitación. Pero tu
descripción no deja ninguna duda. Se trata de Corpus. Aun ahora, con la mirada histórica del siglo XXI, me
resulta difícil reconocerla como obra del género humano.
Recuerdo
cómo destacabas desde los primeros cursos universitarios; siempre leyendo mucho
más que tus condiscípulos, siempre haciendo preguntas difíciles de contestar.
No parecías quedar satisfecha con mis respuestas, y eso me resultaba
estimulante. Tu curiosidad voraz seguramente ha contribuido a tu éxito actual,
pero me temo que también a granjearte el resentimiento de alguno de tus
colegas. No sé mucho de tu vida íntima, tan sólo puedo especular.
Me acuerdo
muy bien de esas tardes que compartimos, cuando dirigía tu tesis de posgrado.
Apenas podíamos vernos entre tantos libros apilados en mi pequeña oficina.
Aunque tú tenías una enorme presión para conservar la beca, era yo el que
siempre estaba preocupado. Solías reconvenirme por ser demasiado serio, decías
que me hacía falta sentido del humor. Tenías razón, desde luego.
Ahora, lo
que más lamento es encontrarme tan lejos de ti y de Clementina. Jamás debiste
partir sola con la nena a esas tierras solitarias. Como sabes, mi estado de
salud no me permite viajar a donde están, pero pienso en ti y en la niña
siempre.
Me disculpo
por la digresión, volvamos al libro. El ejemplar que tienes en tu poder fue
publicado clandestinamente en 1785. Se le atribuye a la marquesa du La Faim,
una aristócrata de la que poco se sabe antes de la aparición de la obra. La
publicación misma del texto fue una transgresión. Una cosa era que las
aristócratas disipadas se entretuvieran escribiendo cartas o leyendo novelitas
picantes, y otra que invadieran el territorio literario. Mucho menos con una
obra tan poderosa, si bien, el horrible deleite de Corpus no se encuentra únicamente en sus palabras.
El nombre de
pila de la autora fue Ludivine; se sabe que consiguió la publicación de un
número limitado de ejemplares gracias a su amistad con un impresor de obras
clandestinas. Como Mary Wollstonecraft, concibió su obra antes de los veinte
años, pero a diferencia de ésta, jamás obtuvo reconocimiento literario o
celebridad.
El texto en
cuestión fue publicado en un momento histórico particularmente convulso. La
Francia del siglo XVIII se agitaba entre los excesos del Antiguo Régimen y la inconformidad
creciente del pueblo. Recuerda que estamos a pocos años de la toma de La Bastilla.
Fue en este periodo cuando se crearon y multiplicaron infinidad de textos
pornográficos y anticlericales —frecuentemente ligados en una misma trama— que
se leían como pan caliente, pero no tenían la autorización del gobierno.
Dichos
textos eran considerados subversivos, como podrás imaginarte. Todo aquello que
atentara contra la moral, la religión o la monarquía era rechazado. Mauvaislivres, o libros malos, era el
nombre que el Régimen daba a las obras prohibidas, consideradas peligrosas para
el sistema. En su brillante investigación, Robert Darnton señala queel
contrabando de este material se llevaba a cabo gracias a la participación de
impresores, libreros y buhoneros, que arriesgaban su propia vida en el proceso.
El libro
maldito debía ser quemado en las escalinatas del Parlamento, aunque varios de
ellos fueron a parar a las bibliotecas privadas de sus mismos inquisidores. Corpus fue considerado, como tantos
otros, un mauvaislivre, pero, sin
duda, es el único que se merece el estigma. En un primer momento se le tachó de
pornográfico, y hubiera corrido con la misma suerte de otras obras similares de
no haber provocado una reacción insólita entre sus lectoras. Porque Corpus sólo ha sido entendido por
mujeres, querida Celia. Ya llegaré a eso.
Pronto quedó
claro que la obra era mucho más compleja de lo que se había supuesto. Los
exégetas moralistas encontraron alusiones sacrílegas, que superaban con mucho
las fantasías sadomasoquistas del marqués de Sade, ya vituperado en su momento.
Pero, a diferencia de éste, Ludivine no fue reivindicada nunca. Seguramente su
condición femenina y la Revolución francesa trabajaron en su contra.
La
desaparición de la mayoría de sus ejemplares no sorprendió a nadie, no así el
destino de sus lectoras. Nadie comprendió, en su momento, la relación entre el
libro y la transformación de sus discípulas. Era la época de los castigos
públicos y las sentencias apresuradas. Lo cierto es que varias mujeres fueron
ejecutadas o aisladas tras “un cambio radical en su personalidad”, que se
manifestaba con una tendencia destructiva, abominable y bárbara. Los textos no
son específicos, pero puede adivinarse que las víctimas del libro desarrollaron
alguna extraña forma de autosugestión, que las impulsaba a rebelarse contra “su
dulce naturaleza femenina”, y a desarrollar una voracidad más abyecta que la de
las bestias.
Cuando, hace
años, inicié mi investigación sobre esta obra, encontré el único testimonio de una mujer joven, ya de nuestro
tiempo, que había encontrado el libro por accidente en la biblioteca de su
ilustre progenitor, un bibliófilo muy erudito. Quizá un especialista habría
calificado de animista el pensamiento de esta joven, quien estaba convencida de
que el libro vivía y sangraba, como cualquier persona.
En su
diario, transcurren apenas dos días cuando la escritura se torna extravagante,
casi incoherente. Finalmente se interrumpe y ocurre la primera desgracia. La
que en un tiempo era la hija más obediente y amorosa, ataca rabiosamente a su
hermano menor, al que intenta devorar antes de ser sometida. La historia
termina cuando la joven es diagnosticada con esquizofrenia paranoide y enviada
a una institución mental. Allí muere dos días después a consecuencia de
mordeduras infectadas autoinfligidas. El padre, ajeno a las causas reales de
tal horror, conservó, sin leer, el libro culpable junto con los diarios de su
hija, como un último lazo con su primogénita.
Corpus es, en
efecto, un libro sacrílego, una parodia siniestra de la comunión cristiana. Ningún
otro libro en la historia de la humanidad ha contenido, literalmente, el cuerpo
y el alma de su autor.
Sin embargo,
como en todo placer sublime, hay un precio que pagar. El libro da tanto como
quita, y eso pueden probarlo las amadas madres de familia que se comieron a sus
hijos después de “devorarse” el librito.
Seguramente
a estas alturas tu proverbial curiosidad te habrá hecho hojearlo. Quizá incluso
ya has notado la musicalidad de sus palabras y las manifestaciones físicas que
provoca su lectura en voz alta. Si has llegado a este punto no hay vuelta
atrás: eres una iniciada.
Concluyo
esta carta con un comentario más personal, una confesión tardía. Tal vez ya lo
sospechas a estas alturas pero me pareció terapéutico ventilar ciertosasuntos
antes de despedirme.
Confieso que
soy un mentiroso. También un resentido. Soy aburrido y pretencioso, como tú
misma le has dicho a mis colegas más jóvenes en la facultad. Me he dedicado a
la investigación para esconderme de mí mismo. Soy el mentor que te quedaba
chico, el pretendiente que te daba lástima y el novelista fracasado, cuyas
obras ni siquiera te interesó leer.
Todo eso y
más, querida. Lo que jamás podrás decir es que tengo mala memoria. Recuerdo
cada comentario condescendiente. También los años de amistad no correspondida
pero sí aprovechada para tu beneficio. Recuerdo la tarde que le compré Corpus a ese profesor arruinado. La
bendita mañana en que te lo envié. Todo lo recuerdo.
Con esto me
despido, mi querida bibliófila, deseando que mi sabiduría, que jamás valoraste,
no te llegue demasiado tarde. Sospecho que así será, pues Corpus es un libro, digamos, adictivo.
Bon appétit.
FIN
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