Foto: Claudio Siracusano. 

"Todos tenemos nuestra zona monstruosa, y el terror es justamente el espejo en que esa monstruosidad se refleja"

El escritor argentino Marcelo di Marco, que ha sido jurado del Premio Anubis 2023, nos cuenta acerca de su nueva novela Victoria en el infierno de las pesadillas vivientes (2023)

Marcelo di Marco (Buenos Aires, 1957) Comenzó a coordinar grupos de escrituras en 1979, siendo cofundador de la Escuela Literaria del Teatro IFT. En ese mismo año, nació el Taller de Corte y Corrección, un taller literario reconocido internacionalmente. En 1994 lanzó su primer libro de cuentos, El fantasma del Reich, con el que ganó el concurso de la Fundación Antorchas. Entre 1996 y 1997 coordinó talleres de literatura fantástica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Asimismo, dirigió el taller literario de la Universidad de Belgrano durante varios años. En 1997 publicó el best-seller Taller de corte & corrección, un ensayo sobre técnicas de escritura literaria. En 1999 le siguió Hacer el verso, enfocado en la poesía. En 2002, en colaboración con la profesora y su esposa, Nomi Pendzik, escribió dos libros con enfoque más pedagógico: Atreverse a Escribir y Atreverse a Corregir.
En 2011 publicó su primera novela: Victoria entre las sombras, bajo la editorial Sudamericana Joven.
El 1 de marzo de 2013 lanzó el canal en YouTube Taller de Corte y Corrección, donde comparte sus tips de escritura. Actualmente, tiene casi 20.000 suscriptores, y más de 1000 programas que pasan el millón de visitas. 
Es autor de la trilogía 25 Noches de Insomnio (2017, 2018 y 2019) publicada por editorial Bärenhaus. 
Su nueva novela se titula Victoria en el infierno de las pesadillas vivientes (2023), secuela de Victoria entre las sombras (2011).

Ya radicado en Mar del Plata, en octubre de 2023 presentaste en Villa Mitre la novela Victoria en el infierno de las pesadillas vivientes, continuación de Victoria entre las sombras. ¿Cómo nació la idea de escribir una secuela?

No bien le entregué a mi editora el manuscrito de Victoria entre las sombras (de acá en adelante, vels), empecé a escribir la continuación: teniendo esa primera novela mía un final tan abierto, me di cuenta de que podría funcionar de pórtico a una segunda, y además sus personajes resultaron serlo suficientemente carnales como para lanzarlos a una nueva historia. El primer capítulo de Victoria en el infierno de las pesadillas vivientes (vips, de ahora en más) fue escrito, entonces, aquel remoto 22 de julio de 2008 ―según consta en mis registros―, y al año y medio ya le ponía el punto final. Cuando terminaron de leer vels, que se publicó en 2011, varios lectores me pidieron una segunda parte, hambrientos de más terror y aventuras. Entre ellos, una profesora de secundaria me sugirió muy entusiasmada que escribiera la continuación, porque tanto ella como su hija y sus alumnos habían quedado encantados con aquella primera. Cuál no fue la sorpresa de ella cuando le respondí que esa secuela solicitada ya estaba a punto de publicarse.

¿Te resultó difícil volver a traer a la vida a los personajes de Victoria entre las sombras?

La verdad, esta vez todo fluyó con una soltura deliciosa, como si vips se estuviera escribiendo sola. La tortuosa escritura de vels me había permitido conocer muy bien a mis personajes, así que al correr de los años pude ir concibiéndolos con la mayor carnadura posible. Cuando los lectores me hablan de ellos, me da la sensación de que están refiriéndose a gente hecha de carne y hueso, y no de papel y tinta. Además en vips le sumé a ese grupo de personajes un nuevo villano con quien vérselas, y le di una novia a Aga, una rolinga llamada Yenny. Yenny se comporta, debo decirlo, con la altanería y la desidia propias del adolescente promedio de hoy día en Argentina y en el mundo. Pero la realidad le hará trazar un arco esencial en su vida. Más no puedo contar.

Algunos medios describen a Victoria en el infierno de las pesadillas vivientes como un thriller sobrenatural.  ¿Vos cómo lo definirías?

Sí, es exactamente eso. A mí la palabra “thriller” me evoca acción trepidante y suspense, y de eso está llena mi novela. En cuanto a lo sobrenatural, en vips no me aparté ni un ápice de lo que la Iglesia enseña ―actualmente convendría que lo enseñara más a menudo, dicho de paso― sobre el problema del mal y de la existencia real del innombrable y de sus obras. En este sentido, conviene distinguir lo fantástico de lo sobrenatural. A diferencia de lo fantástico, lo sobrenatural tiene realidad. Y, en cierto sentido, muchas veces esa realidad es mucho más real que lo tangible y visible. Lo sobrenatural, pongamos por caso, el amor creador de Dios, es la causa de que un rosal germine y crezca, y ese bien supremo y amoroso seguirá existiendo a pesar de que las rosas del rosal terminen tarde o temprano por marchitarse, al igual que les sucede a todos los millones de rosas del mundo. Pero fijate que también el mal es una realidad sobrenatural: el odio y la envidia seguirán existiendo, obviamente, a pesar de que el odiador y el envidioso acaben aniquilándose por su propia desgracia de odiar y de envidiar. Podemos resumir diciendo que la parcela de lo fantástico está habitada por seres imposibles ―Fantaso, en la mitología clásica, era uno de los oniros, personificaciones de los sueños y los ensueños―. En la parcela adyacente, lo sobrenatural abarca a todos los seres creados, tanto los visibles como los invisibles. Un hombre lobo o un zombi son patrimonio de lo fantástico. Los ángeles y los demonios, de lo sobrenatural.

El terror está muy presente en tu obra. ¿Qué te atrapó del terror? ¿Creés que un autor puede elegir un género, o el género lo elige a él?

Contesto a esta pregunta a la luz de mi respuesta anterior, que en esta derivación aprovecho para enriquecerla con palabras que me dirigió José Andrés Bonetti, profesor en Historia y doctor en Filosofía, a propósito de su lectura de vels: “Borges lanzó aquello, alguna vez, de que la teología era una rama de la literatura fantástica. Tal vez una simple boutade para provocar, típica de Borges. Pero lo inverso puede, y debe, ser verdadero: la literatura fantástica es una forma de teología”. De ahí podemos inferir que el terror como género es un terreno muy propicio para investigar en lo más profundo del ser y, sobre todo, en la relación, fructífera o estéril, que mantenemos con nuestro Señor. Eso sucede por supuesto, cuando la literatura de terror no se propone como un simple susto. Si alguien va a leer a Clive Barker, por mencionar a uno de los principales referentes del género en la actualidad, simplemente para experimentar sensaciones fuertes que tienen que ver con el miedo ―como quien se sube a la montaña rusa, ponele―, está en todo su derecho. Pero se perderá lo esencial, porque esta literatura tan visceralmente atractiva para los espíritus fuertes implica siempre una indagación moral y ética: todos tenemos nuestra zona monstruosa, y el terror es justamente el espejo en que esa monstruosidad se refleja. ¿Cuántas Yennys andan por el mundo dudando entre tener a sus hijos o asesinarlos en su propio vientre? Son legión, y debemos rezar por ellas y por su descendencia. En nuestras vidas estamos puestos constantemente frente a la opción de hacer las cosas bien o de hacerlas mal, de acuerdo con lo que nuestras conciencias nos dicten, sazonadas por el llamado libre albedrío. Y ese conflicto entre lo que quiero y lo que debo es para mí el motor de cualquier novela, sea el que fuese su género, y ya sea buena o mala. En cuanto a la elección de géneros, el elegido es uno: hay determinados temas que se amalgaman en la historia personal y en el alma de todo escritor, y esos temas, decantados naturalmente de tanta experiencia de vida, se convierten en argumentos que a uno mismo lo sorprenden. Y pensar que muchos se ilusionan pensando que los temas los eligen ellos, cuando sucede exactamente lo contrario. 

Tu libro Taller de corte y corrección se ha convertido en un longseller. En esta obra, brindás consejos muy útiles para aprender a escribir diversos géneros literarios. ¿Qué requisitos elementales creés que debe cumplir todo aspirante a escritor?

Lo básico es que le guste leer de todo, tanto lo bueno como lo malo. La pasión por la lectura ocupa el primer lugar. ¿Para qué venir a nuestra escudería a perder el tiempo con la literatura, pudiendo ser felices con las imbecilidades de TikTok o cualquiera de los caramelitos que reparte el sistema? Puesto frente a un tipo que no lee, a un coordinador le es imposible trabajar, porque el ignaro no tiene ninguna referencia, no sabe cuál es el “reglamento” de este oficio maravilloso. Cuando vos le decís a un iletrado que en tal o cual parte de su relato le convendría hacer lo que Maupassant hizo en el final del cuento “La tía Sauvage”, o bien lo que Kafka hizo en el comienzo de “La metamorfosis”, sabé que eso equivale a tratar de explicarle los colores a un ciego de nacimiento. ¿Y necesito decirte que hay gente que quiere publicar un libro para ver su nombre impreso en la tapa, y que al mismo tiempo no lee; es decir, que no entiende la literatura como algo valioso, y que por lo tanto no debería importarle tampoco que su nombre aparezca en letras de molde? Pues bien, los hay de esos especímenes rayanos en la esquizofrenia. En segundo lugar, conviene que el postulante se asombre frente a la creación del Señor y las cosas de la vida y del arte, manifestadas en cualquiera de sus formas. La actitud contemplativa es clave. En tercer lugar, que tenga una receptividad capaz de acoger en su alma eso que contempló, para volverlo literatura. En cuarto lugar, que se atreva a soñar desde lo que se conoce como pensamiento lateral: saber que entre lo blanco y lo negro hay toda una paleta de coloridas posibilidades lo ayudará a armar sorprendentes argumentos o a solucionar problemas de estructura y de estilo. Y además lo salvará de “pensar” como la corriente mayoritaria: aceptar el desafío de no ser masa es una distintiva manifestación de coraje. En quinto lugar, es muy beneficioso que cuente con la suficiente fortaleza como para sobreponerse a los fracasos y a la perversa lectura del enemigo, con miras a imponer su obra en el mundo. En sexto lugar, que abomine de esa aberración que se conoce como “lenguaje inclusivo”, producto de ideólogos que procuran convertir a nuestra inclusivísima lengua española en una jerigonza correctamente incomprensible. En séptimo lugar, que ni se le ocurra intentar dar un golpe de Estado en el taller. A tales pijicortos, víctimas del complejo de inferioridad, los detecto enseguida, y suelen huir antes de que los eche con toda la amabilidad del caso.

Stephen King dice en Mientras escribo que si alguien quiere ser escritor tiene que leer y escribir mucho. Más allá de esta recomendación clave, cuando un escritor ya se ha lanzado a la aventura de escribir y de publicar libros, ¿qué lineamientos creés que debe seguir para continuar mejorando en su escritura?

Corregir, en los libros nuevos que uno escriba, los errores cometidos en los anteriores. Ese es un buen modo de mejorar la escritura. Consciente o no de este tema, ese fue, es y seguirá siendo mi caso.

Abelardo Castillo exigía a los alumnos de su taller literario la lectura de Los hermanos Karamazov. En tu caso, ¿podrías nombrar cuentos o novelas que creas esenciales?

Leer los mejores cuentos de Anton Chejov, Guy de Maupassant, Edgar Allan Poe, Jack London, Jorge Luis Borges, Abelardo Castillo y Julio Cortázar significa asumir un gozoso compromiso con el cuento moderno como estructura. La nouvelle titulada Juventud, de Joseph Conrad, y la novela Moby Dick, de Herman Melville, te enseñan que la aventura compendia todo lo que debe saberse sobre el alma humana, recorriendo el abanico que va desde el heroísmo hasta la miseria. Cuatro novelas de terror te revelarán cuáles son las bases del género, valga la anfibología contenida en la palabra “bases”: Frankenstein, de Mary Shelley, Drácula, de Bram Stoker, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, de Robert Louis Stevenson y El resplandor, de Stephen King. ¿Querés saber cuáles son las mejores novelas de la literatura argentina? Leé Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato y Anatomía humana, de Carlos Chernov. Al mejor Víctor Hugo lo podés encontrar en Los miserables, El hombre que ríe y Nuestra Señora de París. La trilogía de Franz Kafka ―América, El castillo y El proceso― enseña la diferencia entre lo complejo y lo complicado a la hora de hablar del absurdo que deviene de la ausencia del bien, la verdad y la belleza en el alma in-humana. Los autores norteamericanos de la novela negra ―Chandler, Hammett, Cain, McCoy, Goodis, Burnett― te aportarán la caja de herramientas necesaria para atreverte al policial; Ricardo Piglia decía que él aprendió a escribir gracias a la lectura de estos campeones, así que es posible que también suceda lo mismo con el escritor en formación. Si no leíste Ulises, de James Joyce, no podrás comprender muy bien el siglo XX literario. Carson McCullers, con El corazón es un cazador solitario, te dará la medida de la prosa sensible a la hora de pintar tu aldea. Y así podría estar toda la tarde, disparando autores y títulos esenciales. Por eso cumplo mencionando en esta respuesta a los cuentistas y novelistas que me formaron a mí, con la esperanza de que el lector los tome como excelentes puntos de partida para una vida dedicada a la lectura y la escritura. Y también, acaso, a la enseñanza de ellas.

Recuerdo haber visto una entrevista a Bioy Casares en la que se mostraba preocupado porque no se le ocurría ninguna idea para un cuento.  ¿Existe el bloqueo del escritor? ¿Qué sucede cuando un escritor no se decide a escribir un cuento o novela porque la idea no le satisface del todo?

Estas preguntas puedo contestarlas estrictamente desde lo personal, porque cada uno es cada uno. Sufrí un bloqueo muy grande durante la escritura de la segunda versión de vels: estuve cinco años con la novela empacada como una burra. Es mucho. Simplemente, no sabía cómo seguía la historia. El conflicto era grande, pero yo intuía que la trama se iba a desarrollar de alguna manera, debido a que mis personajes tenían mucha vida. Cada vez que paseaba con Nomi a orillas del mar, en Punta Mogotes ―vels transcurre en Mar del Plata, como un homenaje a la ciudad que terminó por adoptarnos―, le prometía que no bien volviera a Buenos Aires me ponía a trabajar. Pero pasaba el tiempo y venían proyectos nuevos, y todo seguía empantanado. Hasta que un día, zapeando, descubro en la pantalla del televisor a tres chicos perdidos en un tren fantasma en ruinas. En ese mismo instante me dije: “Estos son mis chicos”. Y me di a pensar cómo fueron a parar, desde su estancamiento en el balneario Mar & Tennis, de Punta Mogotes, nada menos que a un parque de diversiones abandonado. Busqué una birome y una libreta de apuntes, me monté a mi bici y me mandé a un bar llamado The Remington, cercano a mi casa ―en aquel tiempo vivía en Palermo Viejo―, al que fui por primera y única vez. Y ahí me pedí una cerveza, en la vereda, y fui respondiendo por escrito a las preguntas clave, que prácticamente se iban desprendiendo unas de otras en forma de lista: cómo llegaron Tomás y los gemelos Pinoaga al tren fantasma, cuál era la misión que los esperaba en ese infierno y qué consecuencias tuvo tal misión para su pequeño mundo. Gracias a ese desbloqueo, a los tres meses la novela ya estaba lista para presentarla en Sudamericana. La moraleja vendría a ser: aunque atravieses un parate creativo, al menos estate siempre atento, con los garfios dispuestos al abordaje. Dice en el Eclesiastés: “El que vigila el viento no siembra, el que mira a las nubes no siega”. En suma: cazá la pala.

Relacionado a la pregunta anterior, Stephen King tiró a la basura el borrador de Carrie, pero su esposa lo rescató. También pienso en Sabato, que quemó sus cuentos. ¿Creés que el escritor debe encontrar un punto intermedio entre su excesiva confianza y su autoexigencia?

La mejor manera de ejercitar el sentido común para alcanzar ese punto intermedio y no cometer locuras es contar con un Buen Lector, alguien objetivo y sabio que te diga, desde la más absoluta confianza, si lo que estás escribiendo funciona o no. Hablando de esposas prudentes, Nomi es, para mí, ese Buen Lector. Sin ella, sin su crítica amorosa,  no hubiera podido llegar ni a la esquina.

Hablando de King, ¿qué cuentos o novelas del maestro creés que son fundamentales para aprender el oficio de escribir?

Recomiendo con fervor la lectura de El umbral de la noche, su primer libro de cuentos. Dentro de sus páginas brilla un relato que no tiene nada que ver con monstruos, psicópatas o alienígenas. Se titula “El último peldaño de la escalera”. Es un cuento perfecto. Ahí el escritor en formación, después de una primera lectura, virginal, podrá estudiar esa joya del suspense y descubrir en ella atisbos del cómo-se-hace. En novela, para no repetirme ―recién mencioné El resplandor como novela esencial―, recomiendo vivamente It. Y también la mayoría de las novelas de la primera época de King. Por “primera época” entiendo el período genial que protagonizó desde los comienzos de su carrera hasta el maldito accidente en que casi pierde la vida (1999).

El cuento es un género muy exigente. En tu taller estás todo el tiempo corrigiendo cuentos. Cuando un escritor termina de escribir un cuento, ¿qué aspectos esenciales creés que debe revisar para potenciarlo?

Además de las cuestiones que hacen al estilo, como son la puntuación, la expresividad y el ritmo de las frases, desde el punto de vista estructural es necesario suprimir los elementos que le quitan redondez al buen relato. Pero, sobre todo, lo más conveniente es revisar la eficacia del final, que tanto se descuida hoy. ¿Vos viste que hay cuentos que no terminan, que acaso reflejan el desolado paisaje interior de los “deconstruidos” que los redactan? Para evitar eso, propongo un ejercicio que propicia la objetividad. Ante el cuento terminado, el autor debe formularse esta pregunta: “¿Mi punto final está antes del punto final del lector, o está después?”. Si la respuesta es que el punto final del autor y el punto final del lector coinciden, quiere decir que vamos bien. Si el punto final del lector está puesto antes que el mío, quiere decir que al cuento le sobran los últimos párrafos. Y si sentís que el punto final del lector está después, eso significa que falta desenlace. Pensar así nos enseña a ser objetivos, porque desde el vamos nos llama a ver las cosas desde un ángulo distinto al nuestro. Nunca alcanzaremos la objetividad perfecta, pero por algo se empieza.

Hay enseñanzas muy valiosas que contás en tu canal de YouTube. Destaquemos dos: la primera es que hay que aprender a contar desde adentro. Y la otra es no contar todo. Dejar que el lector complete lo que falta. ¿Podrías hablarnos un poco más sobre estos dos puntos?

Gracias por destacarlo. Los dos asuntos están muy unidos. Contar desde adentro de la historia hace que el lector se meta en el mundo de tu narración. Prácticamente, se vuelve un personaje más. Si sus sentidos ―los ojos de la mente, los dedos de la mente, los oídos de la mente, y así con todos los demás― reciben los mismos estímulos que el mundo exterior les dispara a los sentidos de tus personajes, tené por seguro que él formará parte de ese puñado de gente inventada. Es un tema fascinante el de la aplicación del punto de vista en narrativa, porque de su buen uso dependerá que el lector te siga leyendo o cuelgue la historia. Un autor que recién empieza podrá redactar “La comida de mamá es muy rica y me gusta mucho”, y vos recibirás eso como lo que es: una mera y sosa información. Pero viene un John Fante y te dice, en traducción de Antonio-Prometeo Moya: “Las berenjenas al horno me retrotrajeron a la infancia, a cuando estaban a veinticinco centavos la unidad y eran un manjar, maravillas globulares moradas, henchidas de lozanía, semejantes a los tíos ricos de Arabia deseosos de llenarnos el estómago, y tan hermosas que daban ganas de llorar. Los finos filetes de ternera también me dieron ganas de llorar, pero me tragué las lágrimas con ayuda del estupendo vino de las cepas que Angelo Musso tenía al pie de las montañas. Los ñoquis cocinados con mantequilla y leche redondearon la cena. Aparté los ojos del plato y lloré de alegría, secándome las lágrimas con la servilleta, ronroneando como si estuviera en el útero de mi madre, dulce, apacible y con la boca llena de vida para siempre”. ¿Ves? ¿No se te hizo agua la boca, aun cuando acaso estés saciado? Desde la primera persona, Fante despliega toda una fiesta sensorial y afectiva, y la experiencia del protagonista se vuelve nuestra. Por eso es fundamental tener consciencia de que una cosa es lo que sucede, y otra, muy distinta, cómo se cuenta eso que sucede. Pasar de la idea a la cosa. En eso consiste el trabajo. Y el lector pone el resto.

Siendo un maestro de la corrección, una vez que has corregido tus propios cuentos ¿se los envías a otro profesional para que los revise?

A estas alturas de mi carrera, no. Sí les muestro algunos borradores a ciertos colegas. Pero, como ya dije, celebro estar casado con una profesora genial, experta en gramática y en el arte de corregir desde el lugar del que quiere para vos lo mejor.

Vinculado con lo anterior ¿cuál es el proceso de corrección que sigue un libro una vez que ya ha sido trabajado en un taller literario? ¿Las editoriales le aplican una corrección ortotipográfica y de estilo a lo trabajado? ¿Esta labor puede alterar lo ya corregido en un taller?

En mi experiencia, al margen de una mínima repetición que me señaló uno de los socios de Bärenhaus, la primera y única editorial que hizo ese trabajo con libros míos fue Sudamericana, cuando pasé a jugar en Primera División al ganar el Concurso Antorchas, allá por 1994, con mi libro de cuentos El fantasma del Reich. Tiempo atrás, ese mismo libro había pasado primero por un comité de lectura encargado de asignarle una puntuación y evaluar además su viabilidad comercial. Proveniente de la B con varios títulos anteriores, jamás había sospechado que existía algo parecido. Según me comentó Luis Chitarroni, mi futuro editor en ese momento, El fantasma obtuvo un 8 sobre 10, con recomendación de publicación. No obstante, por esas cuestiones de los kafkianamente inapelables “tiempos editoriales”, el libro durmió durante años en el escritorio de Luis; pero las cosas se agilizaron cuando tiempo después me alcé con el Antorchas, gracias al voto de un comité de selección integrado, entre otros, por Mempo Giardinelli y Ernesto Schóo. Así, mi primer libro de relatos de terror entró en un proceso editorial que lógicamente no había experimentado nunca ni con la tradicional Ediciones de la Flor ni con los demás sellos editoriales que me habían publicado antes. Sinceramente no recuerdo si algún cuento de la versión original quedó afuera, pero algo se habrá modificado porque debí pedirle permiso a Antorchas para que aprobara los cambios, cosa que estaba establecida en el convenio. Después de haber sido visto por el editor, el libro pasó al equipo de correctoras de Sudamericana. Y doy gracias a esas chicas maravillosas, porque hicieron un excelente trabajo. Una de ellas, Silvia Villalba, me disparó, sonriente: “A ver cuándo publica un nuevo libro”. Cuando le pregunté por qué lo decía me respondió: “Porque así tenemos menos trabajo”. Al margen de semejante elogio, encontraron cuestiones de estilo para corregir, por supuesto, y una incongruencia argumental que hubiera hecho naufragar el desenlace del cuento “La Vez Definitiva” ―hablando de correcciones, las mayúsculas iniciales del título son pertinentes, aclaro―. Un dato risueño y muy paradojal referido a Taller de corte y corrección, cuya primera edición se publicó dos años después de El fantasma, en 1997: ninguno de todos los lectores beta había visto algo que sí descubrió el equipo de Sudamericana; ¡vaya a saber por qué, la palabra “corrección” figuraba en el libro, en todas sus apariciones, como “correción”! Increíble pero cierto. En suma, detrás de cualquier libro editado profesionalmente bulle todo un mundo que el lector corriente o el autor que paga para publicar ni siquiera sospecha que exista, como ya sugerí más arriba. Es una bendición contar con ese proceso, y desde acá les doy las gracias a todos los profesionales y trabajadores que han participado en cada tramo de la edición de mis libros. Menciono especialmente a la recordada Mariana Vera y a María Amelia Macedo, actual Directora Literaria del área de libros infantiles y juveniles de Penguin Random House, sin cuyas esenciales sugerencias mi novela Victoria entre las sombras no hubiera pegado tanto en los lectores.

¿Qué te llevó a votar por “Corpus” como cuento ganador de Premio Anubis?

Enseguida me atrapó el tema tan novedoso, y el manejo que hizo el autor de cierto indicio clave para la construcción de este relato bien malvado. En ese momento yo no sabía que el autor era más bien una autora, y mucho menos que se trataba de la artista Lorena Campos Moirón. Desde el vamos supe que algún otro jurado elegiría “Corpus”, y no me equivoqué. Así que felicitaciones de nuevo, querida Lorena, también desde esta entrevista.

Para finalizar, nos gustaría que nos recomendaras la lectura de diez cuentos de terror para los seguidores de Premio Anubis.

No por orden de importancia, ni mucho menos alfabético, y cuidando no repetir cuentos ya seleccionados para un artículo de Premio Anubis, tiro prácticamente al azar los siguientes títulos de terror asegurado:

“La araña”, de Hanns Heinz Ewers.

“Adentro y afuera”, de Gustavo Nielsen.

“Jalea real”, de Roald Dahl.

“Adiós, amor oscuro”, de Roberta Lannes.

“Eugenia convertida en obra de arte”, de Carlos Chernov.

“La caída de la Casa Usher”, de Edgar Allan Poe.

“La gallina degollada”, de Horacio Quiroga.

El tren de la carne de la medianoche”, de Clive Barker.

“El horror de Dunwich”, de Howard Phillips Lovecraft.

¡Muchas gracias por tu tiempo y atención!

Al contrario: gracias a vos por estas sustanciosas preguntas y por el bien que le estás haciendo a la cultura.

Sitio web del autor: https://tcyc.com.ar/